Hoy daremos un paseo jovial -nada de pretensiones- por alguna de las galletas que podemos encontrar actualmente en el mercado y considero reseñables por algún motivo. No esperéis grandes giros, no. Simplemente se trata de constatar que las formas hechas de galleta están pisando fuerte dentro del mundo en general. La contundencia que tanto echamos en falta hoy en día está toda concentrada en la galleta moderna.
Veréis que he hecho un pequeño trabajo de campo. Incluso un vigilante del Caprabo me llamó la atención por tomar fotografías. Espero que valoréis ese hecho. El hombre tenía una porra bien grande que me puso a cien. No pude más que correrme en las galletas que estaba fotografiando sin permiso, ha ha ha.
Bromas aparte, vamos con una primera imagen. Se trata de la Buena María, una galleta que es como la celda de un monasterio, sencilla y pura. Madre de todas las Galletas.
Pero fijaos en lo que nos propone fontaneda, una extraña revisión del clásico. En vez de modernizarla la han dotado de espíritu ilustrado, como si hasta ahora la Buena María hubiese sido una campesina ingenua y despreocupada. De hecho los tonos del paquete se han apagado, se han densificado, han virado al marrón de la tertulia política y el pelo cano. El vaso de leche ha mutado en un café con leche de reflexión adulta. Claramente Fontaneda ha dado un golpe sobre la mesa.
¡Mirad a este pájaro!, qué contento va por la vida. Va contento porque tiene las espaldas cubiertas, ya lo creo, ¡menuda costra de galleta le avala!, ¡eso es solidez!. Ya pueden llamarle negro de mierda y empujarle al suelo durante el recreo que el chaval siempre caerá sobre un recio tablón de galleta blanca protectora, ¡por fin un negro con un guardaespaldas blanco!. Y qué me decís de su nombre: Diver-Choco-Risas, esa concatenación de palabras nacida de un brainstorming asqueroso. Hubiera sido mejor llamarle Elena-Bonham-Carter, ha ha ha.
Como si no fuera bastante, el negro está relleno de un fluído blanco nuclear. Su núcleo es el genoma del hombre blanco. Y si os fijáis, él no lo sabe, no puede saberlo, porque para abrirlo has de matarlo, mirad sino como sus ojos se han tornado completamente mates... completamente MATEMÁTICAS.

Osito Lulú, qué decir de este oso al que le acaban de amputar las garras y los muñones resultantes son esponjitas para mojar sellos. Respecto al nombre, creo que el terror auténtico proviene de una escena que el consumidor suele reprimir: la reunión de los creativos con la empresa galletera en la que les convencen de que ha de haber una torsión en el género del osito, que en esa torsión reside el éxito del producto "Osita Lulú, no se entiende... Oso Lucas, no es nombre de galleta... ¿entienden que es el mismo producto el que nos está pidiendo que le llamemos Osito Lulú? ¿lo ven?".
La extrema solidez de las formas de la galleta moderna, ¿estamos ante un nuevo Picasso?, ¿es el Picasso del siglo XXI un holding de empresas?, YO DIGO SÍ.