Si la analogía entre el frío intenso y alguien dándole bofetadas en la cara sin parar ya provoca en el oyente un impacto parecido al de las mismas bofetadas, el fenómeno de no poder cerrar los ojos por las bofetadas es de una complejidad enorme y muy difícil de imaginar en todas sus consecuencias, ya que cuando uno recibe un golpe en el globo ocular, a parte de sentir una molestia horrible, tiende a cerrar el párpado de forma refleja; en cambio, según esta idea, antes de accionar el párpado la palma de la mano ya está otra vez flagelando el ojo y bloqueando el movimiento del párpado, y así sucesivamente durante todo el trayecto, lo cual implica que las bofetadas se suceden a una velocidad y precisión tremendas, con la dificultad añadida de que el agresor –el frío intenso en este caso– ha de caminar hacia atrás para poder darlas (el frío intenso caminando hacia atrás, ojo). Todo esto sin tener en cuenta la incongruencia narrativa de que si alguien es objeto de una agresión tan atroz lo último que le interesaría comentar es el detalle de no haber podido cerrar los ojos durante la agresión a causa de la agresión.
En fin, este amigo no era consciente de lo que proponía. Seguimos todos juntos empujando este barco que empieza.
2 comentarios:
Yo vivía en un lugar donde el frío se convertía en algo más intenso que dos bofetadas, algo directamente calificable como tenso. Los pobladores de ese lugar arqueaban sus espaldas hacia abajo, tratando de juntar la cara con las rodillas mientras caminaban para proteger sus órganos vitales de una eventual punzada de hielo espontáneo (sí, a veces el aire se congelaba ipso facto en forma de estalagmita, tita o cuchillo, que es como se le llama allí al chupete de hielo horizontal). La pequeña ciudad, centro de encuentro, lugar social, se convertía en una procesión de bultos semihumanos dotados de un rictus facial semejante a una máscara.
Esto es porque los insensatos seguían saliendo a la calle vestidos de cualquier manera. NO PODÍAN PARAR A SALUDARSE. En vez de eso, giraban hacia arriba el cráneo un momento, jugándose el cuello al ataque de un posible chupete yugular, emitiendo sonidos inarticulados a causa de la parálisis en que se convertía el ya citado rictus. Así.
Esto solía pasar en primavera y no exagero. El frío no es una cosa para exagerar con los amigos a no ser que estés pescando en hielo y te hagan la típica broma de echarte al agua entre hurras y risas.
Me has provocado carcajadas reales. En la biblioteca de la facultad me miran raro. Claro. Ahora soy "esa tía de ahí".
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