miércoles, 1 de abril de 2009

El León y la Ratita

Muy buenas noches, amantes de los píxels (buf, esta no vale ni como ironía), hoy de verdad que quiero irme ya a dormir, por eso he rebuscado en un baúl que tengo lleno de ideítas baratas, ideítas de bisutería, colgantes de disfraz de zíngaro, botellitas de líquido naranja que toman los niños al salir del colegio. He ido a por una idea de explicación corta y sencilla, algo que me lleve pronto a la cama, un billete en primera clase al País de los Sueños (uff, hoy las ñoñerías estas que suelo soltar no son nada graciosas, huelen mal de verdad). A ver, se trata de dos personas que están dando un señor paseo y poniéndose al día tras pasar un buen montoncito de años pensándose mutuamente muertos. Una de estas dos personas es un tipo tan noble, carismático y majestuoso como el león de las Crónicas de Narnia, el otro es una ratita de fidelidad inquebrantable, un súbdito pequeño pero que en el pasado fue fundamental para el león (que conste que estamos hablando figuradamente de dos personas normales, dos personas que llevan anorak) el asunto es que la ratita le explica al león que recientemente ha conocido a un ser formidable, una bellísima persona, y le refiere todo tipo de bondades sobre ese misterioso personaje, todas muy vagas y extraordinarias, así pasa gran parte del paseo, más de dos horas insistiendo en ese desconocido, hasta que anuncia que es mejor que el león lo conozca en carne y hueso y entonces conducen sus pasos a un bar donde se supone que estará el portento tomando una copa y cuando por fin llegan al bar el león pregunta a la ratita serenamente "y bien, ¿dónde está ese amigo tuyo del que tanto me has hablado?" y la ratita responde embelesada "ese amigo eres tú".

Menudo homenaje le hace la ratita al león ¿no? menuda flor le echa, es un piropo tan enorme que asusta, un halago tan violento que no puede ser digerido.

1 comentario:

El Hombre de la Pústula dijo...

La chuchería. Puro Disney, salvo por la ausencia de mensajes sexuales subliminales.

El anorak. Ese pedúnculo que sale del globo que es el texto entero, tratando de agarrarse a la cruda y fría realidad.

Palpa, a ciegas, el pedúnculo, retorciéndose en el vacío como una lombriz, hasta que por fin Noguera se queda dormido.