Hoy quiero exponer la expresión que oí en boca de un compañero de trabajo al terminar la jornada. Antes de salir a la calle, me explicó en tono socarrón que afuera hacía tanto frío que cuando salía –mi compañero– a la calle era como si alguien le diera
«bofetadas en la cara sin parar
» y, a modo de énfasis, añadió que
dada la rapidez con que se sucedían las bofetadas
«no podía cerrar los ojos
» .
Si la analogía entre el frío intenso y alguien dándole bofetadas en la cara sin parar ya provoca en el oyente un impacto parecido al de las mismas bofetadas, el fenómeno de no poder cerrar los ojos por las bofetadas es de una complejidad enorme y muy difícil de imaginar en todas sus consecuencias, ya que cuando uno recibe un golpe en el globo ocular, a parte de sentir una molestia horrible, tiende a cerrar el párpado de forma refleja; en cambio, según esta idea, antes de accionar el párpado la palma de la mano ya está otra vez flagelando el ojo y bloqueando el movimiento del párpado, y así sucesivamente durante todo el trayecto, lo cual implica que las bofetadas se suceden a una velocidad y precisión tremendas, con la dificultad añadida de que el agresor –el frío intenso en este caso– ha de caminar hacia atrás para poder darlas (el frío intenso caminando hacia atrás, ojo). Todo esto sin tener en cuenta la incongruencia narrativa de que si alguien es objeto de una agresión tan atroz lo último que le interesaría comentar es el detalle de no haber podido cerrar los ojos durante la agresión a causa de la agresión.
En fin, este amigo no era consciente de lo que proponía. Seguimos todos juntos empujando este barco que empieza.