Hoy voy a tomar prestada una vivencia de Xavier Daura, al que ya muchos conocen como Sava por las dejadas y los reveses cortados que gasta en el juego de la vida.
Xavier me explicó una anécdota acaecida estas navidades durante una reunión familiar en el domicilio de uno de los integrantes de su familia, una familia muy ramificada, trabada, en la que los extremos más finos, los últimos brotes, apenas se siguen la pista entre sí y el pobre Xavier a duras penas registra la proliferación de retoños de última generación. El asunto es que uno de estos niños semibebés que ya andan y discurren perfectamente pero aún conservan actitudes brutalistas para con el alimento y las babas se hallaba emplazado en el pasillo del inmueble, más bien apostado, pues su plan consistía en tender una especie de emboscada a las personas que por allí pasaban consistente en acercarse a ellas con la cabeza gacha, muy ensimismado, sosteniendo el puño en alto desde el inicio de la maniobra hasta acertarles de pleno en la zona genital provocándoles ese espasmo defensivo tan característico en ese tipo de canalladas. Según Xavier, todos los que transitaron el pasillo se llevaron al menos un golpe, pero lo que no mencionó por hallarlo obvio, es que el niño no atacó a las mujeres, evidentemente sólo encontró sentido en golpear los sacos de los señores de la familia. En este punto intervengo en el relato de Xavier para introducir una propuesta:
Golpear el aparato reproductor femenino, pero no uno al azar sino el más comprometedor, el más embarazoso, el de una señora madura aunque moderna, muy pedagógica, de las que, o no se tiñen las canas, o se las tiñen de lila; lucen gafas y pendientes de colores estridentes en combinación con prendas sobrias y elegantes; profesoras, trabajadoras sociales, ciudadanas sensatas curtidas en la vida. Ir a golpearles la vulva en un pasillo como broma navideña, ¿qué clase de animal haría algo así?, no hablemos ya de las ancianas en general, ¿cómo plantear un espasmo defensivo en esas etapas de la vida?, ¿Cómo puede un niño encontrar interesante golpear de esa manera un órgano intracorporal?, ese pensamiento de la patata, no, no puedo seguir desarrollando una barbaridad como ésta, ya tenéis todas las coordenadas del desastre, no es necesario proseguir. Bueno, quizás una última puntualización: Cuidado con los ancianos y los escalones en vértice de las panaderías-café, esos salientes actúan como el judoka más avezado y pueden desequilibrar del modo más tonto un cuerpo débil, basta que se encuentren ligeramente ceñidos a la parte externa del pie del anciano y que éste no los note ahí para que luego, al girar suavemente sobre su eje para encaminarse a la puerta, caiga como un chopo. Una de esas caídas severas en las que alguien grita pero nunca es el que efectivamente cae*.
*Aunque la torta del escalón no pertenecería a ese género, creo que es buen momento para introducir el concepto de Tortas Integrales, inspirado en las tortitas de arroz, resbalones en que ambos pies se levantan del suelo y el cuerpo es subyugado por la inercia de la caída, hostias como dios manda, enteras, acabadas, completamente desarrolladas.