Y ahora, el vídeo. No os impacientéis. Es el videoclip de Escándalo, de Raphael. Se ha hecho mucha mofa de este cantante, pero en realidad no le hemos rozado ni la punta del nabo. Raphael es mucho más extenso e interesante que la cultura Occidental en la que se halla inserto. En el mundo no hay suficientes almas para agotar el análisis de su figura.
Raphael opta por un pistoletazo de salida paradójico y genial. El primer sonido que sale de su boca (0:12) es un ¡SO! que nos pilla desprevenidos. Ordena que nos detengamos justo en el inicio del camino. Tira de las riendas para empezar a andar.
En 1:09 hace su aparición un complemento maravilloso: Un cinturón flácido de tela arrugada de color fucsia, una prenda incomprensible que nadie ha invitado a la fiesta. Existe la moda, la industria textil, los disfraces, los amuletos... y más allá tenemos este cinturón fucsia que hiela la sangre.
Poco después, vienen doce segundos de plomo (1:30-1:42) en los que un Raphael ciego de rabia, un monstruo destructor, nos clava la mirada mientras estrella su puño en la palma de la mano como si nos reclamara quince millones de euros.
Y tras la exhibición de odio cantado más intensa de la historia de la música (2:05-2:22) empieza la escena de los pases chamánicos y el cachondeo fino en el foro romano. Toda ella es magnífica, pero me quedo con el sorprendente gesto de "¡Auala, nen! Vaya tela..." en 2:52-2:55, como si Raphael se viera desbordado por sí mismo.
Justo después llega el gran sirocco, el pasaje más oscuro del vídeo. Irrumpe con fuerza el fantasma de la pederastia, que primero se nos presenta con un hip-hop mal llevado (3:01-3:07) y acto seguido señala a Raphael, lo reta. Entonces Raphael inicia un discurso antisocial susurrado que, dada la alternancia de las imágenes, parece un sí inequívoco a la pederastia y lo marginal. En 3:25 termina el sirocco mental y de nuevo se imponen, más frescas que nunca, las relaciones heterosexuales entre adultos. Durante este periodo Raphael permanece ausente, como recuperándose de su crisis, y reaparece en 3:51 reclamando una vez más los quince millones de euros. El vídeo termina con un Raphael que ha devenido aquel cinturón fucsia y baila con desparpajo, como Satán en su aquelarre de brujas.